Campo semántico es un conjunto de palabras que comparte un contenido común.
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Este conjunto de palabras pertenece al mismo campo semántico.
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CONTENIDO COMÚN = DEPORTES
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Ejercicios del libro
1.
Un paciente le dice al médico: me levanté pálido, con fiebre y con
náuseas. El médico detecta el problema por esta descripción ¿Tienen valor
simbólico esas palabras?
a)
Sí. El médico no puede interpretar esas palabras más que por el significado que
tienen y ese valor simbólico es el que le hace entender la enfermedad del
paciente.
b)
El médico las interpreta como símbolos, por lo que significan, pero también como
índices de la enfermedad del paciente.
c)
Las palabras tienen un valor simbólico y además indican implícitamente la
enfermedad del paciente.
2.
En la oficina Juan le dice a Pedro: no te vi ayer aquí en toda la
mañana. Pedro responde: me levanté pálido, con fiebre y con náuseas.
¿Tienen aquí el mismo valor simbólico que antes estas palabras?
a)
Sí, porque significan lo mismo.
b)
Sí, significan lo mismo, aunque esas palabras son indicio de cosas distintas a
las del ejemplo anterior.
c)
Sí, significan lo mismo, pero aquí añaden información implícita.
3.
Sigamos con la situación anterior. Tras la respuesta de Pedro, Juan
repite sus palabras, imitando su voz en tono burlón y teatral: (ah), me
levanté pálido, con fiebre y con náuseas. ¿Qué simbolizan ahora estas mismas
palabras?
a)
Simbolizan lo mismo, pero ahora además de lo que simbolizan son un índice de que
el emisor no se cree la justificación de su interlocutor.
b)
Se trata de un uso no literal: el significado de las palabras no forma parte de
lo que realmente te comunica.
c)
Las palabras no tienen aquí valor simbólico. Se refieren icónicamente a las
palabras del oficinista.
4.
Una persona con aspecto perfectamente saludable y sin ningún tipo de
padecimiento dice al médico estar muy preocupada. Añade con angustia: me
levanté pálido, con fiebre y con náuseas. El médico cree que son
imaginaciones del paciente. ¿Tienen estas palabras su valor simbólico
habitual?
a)
Sí, porque tienen el significado habitual, pero aquí son también índices de la
aprensión del emisor.
b)
Sí, pero aquí, además de su valor simbólico, indican implícitamente que el
emisor es muy aprensivo.
c)
No. Hay que suponer que el aprensivo emisor está imitando icónicamente a un
enfermo auténtico.
5.
Consideremos este diálogo. —¿Te dijeron ya lo que costaba la
avería?. —(Sí). Me levanté pálido, con fiebre y con náuseas. ¿Tiene el valor
simbólico normal esta última frase?
a)
Sí, pero tiene añadida la información implícita de que la avería fue muy
costosa.
b)
Hay información implícita y además no tiene el valor simbólico normal, porque no
se usan literalmente las palabras.
c)
Sí pero además las palabras son índices de cómo se vio afectado el emisor por la
noticia.
6.
Observa este diálogo:
El Marqués.— Yo no cambio mi bautismo de
cristiano por la sonrisa de un cínico griego. Yo espero ser eterno por mis
pecados.
Rubén.— ¡Admirable!
¿Qué tipo de supuesto comunica la respuesta de
Rubén?
a)
Nada concreto. La respuesta es incongruente con respecto a la pregunta.
b)
Comunica principalmente implicaturas, porque dominan en la interpretación los
procesos inferenciales.
c)
Comunica principalmente representaciones débiles.
7.
Observa el siguiente fragmento de Borges y señala si hay palabras que
se utilicen interpretativamente:
De golpe hay un silencio total, sólo ignorado por la desatinada voz
del borracho. Ha entrado un mejicano más que fornido, con cara de india vieja.
Abunda en un desaforado sombrero y en dos pistolas laterales. En duro inglés
desea las buenas noches a todos los gringos hijos de perra que están bebiendo.
Nadie recoge el desafío.
8.
Haz la misma comprobación en este pasaje de Clarín:
—¿Cómo se llama usted? —preguntó el
catedrático, que usaba anteojos de cristal ahumado y bigotes de medio punto,
erizados, de un castaño claro.
Una voz que temblaba como la
hoja en el árbol respondió en el fondo del aula, desde el banco más alto, cerca
del techo:
—Zurita, para servir a usted.
—Ese es el apellido; yo pregunto
por el nombre.
Hubo un momento de silencio. La
cátedra, que se aburría con los ordinarios preliminares de su tarea, vio un
elemento dramático, probablemente cómico, en aquel diálogo que provocaba el
profesor con un desconocido que tenía voz de niño llorón.
Zurita tardaba en contestar.
—¿No sabe usted cómo se llama?
—gritó el catedrático, buscando al estudiante tímido con aquel par de agujeros
negros que tenía en el rostro.
—Aquiles Zurita.
Carcajada general, prolongada
con el santo propósito de molestar al paciente y alterar el orden.
—¿Aquiles ha dicho usted?
—Sí... señor —respondió la voz
de arriba, con señales de arrepentimiento en el tono.
—¿Es usted el hijo de Peleo?
—preguntó muy serio el profesor.
— No, señor —contestó el
estudiante cuando se lo permitió la algazara que produjo la gracia del maestro.
Y sonriendo, como burlándose de sí mismo, de su nombre y hasta de su señor
padre, añadió con rostro de jovialidad lastimosa—: Mi padre era alcarreño.
Nuevo estrépito, carcajadas,
gritos, patadas en los bancos, bolitas de papel que buscan, en gracioso giro por
el espacio, las narices del hijo de Peleo.
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